Cultura de cuellos gachos; vivos murientes.
Si, lo sé, la palabra muriente no existe, pero aunque en
este caso el significante no exista, créame, el significado sí. Veamos, cada
vez que veo lo exitosas que resultan ser las series de tv que tratan sobre zombis
y muertos vivientes, no puedo evitar pensar: qué morbosa puede ser la gente,
que gusta tanto de estas imágenes de ojos desorbitados, brazos colgados,
cuerpos que están más muertos que vivos, y lo suficientemente horripilantes
para asustar a cualquiera. Nunca he dedicado tiempo a seguir estas series, -ni
películas de ese género- realmente no me gustan, pero no puedo substraerme al hecho de pensar el
por qué gustan tanto. Reconocer la parte
morbosa que habita en casa ser humano, es de rigor. En algunos más que en
otros, pero dentro de todos hay una dosis necesaria (!!) de morbosidad, y he ahí una
parte de la explicación. Yo puedo estar
equivocada, y ¡sería genial! –todos los aciertos y avances en la humanidad
surgen de la adecuada complicación de los equívocos-, pero me atrevería a afirmar
que el éxito de estas series radica en la tendencia de una gran mayoría del
colectivo a evadirse, de distraerse de su entorno para no asumirse, o en el
mejor de los casos, no asumir dicho entorno.
Así las cosas, programas como Factor X, La Voz, Ídolo
Americano, América tiene talento, -y sus correspondientes validaciones en
Inglés y demás- tienen tanto éxito. Me
pregunto siempre, ¿es que el mundo necesita tantos cantantes?, ¿son tan útiles,
tan necesarios?...no me parece. La
agenda me parece ser otra: distracción, entretención, pero entretención en el
sentido más macabro que pueda concebirse. Es lo que pienso. Y repito, puedo
estar equivocada, pero se me antoja que no.
No obstante, el escenario que figuro más arriba, puede
entenderse en un sentido macro. Si
extrapolamos dicho escenario en forma micro, ahí nos encontramos con los geniales,
maravillosos, y cada vez más imprescindibles teléfonos inteligentes. Y aquí la cosa sí que toma un cariz más
interesante, por usar una noble palabra.
Visualicemos un rato: Usted está sentada en el banco de una plaza, a la
entrada de un cine, o en un parque –elija el que guste-. Usted mira a su alrededor y no hay un solo cuello
erguido, todo el mundo está gacho, ensimismado, embuídos en el sentimiento de
distracción más espantosa que se pueda ver.
Es raro ver a alguien con un libro, o sencillamente viendo el paisaje,
mirando la gente pasar. –y olvídese del reto de conversar con algún
desconocido-. Todo el mundo está
literalmente “metido” en el celular, sea jugando Tetris o viendo qué está
pasando en “las redes”. Claro, mientras
esto pasa, una seria de eventos extraordinariamente simples y complejos están sucediendo
cerca suyo. Se están acumulando
sonrisas, guiños, abrazos pendientes de usar, miradas, toques; hay tanto ahí,
fuera del celular, y usted se lo está perdiendo.
Pero la razón de que todo esto suceda puede ser tan
peligroso como la ocurrencia misma de los hechos. ¿Es que la gente tiene miedo de aburrirse, de
no hacer nada?, ¿tenemos miedo de estar a solas con nosotros, con nuestras vocecitas
internas, con nuestras dudas, nuestros miedos más básicos, nuestros temores?. ¿Nos aterra acompañarnos, así, sin mayor
esfuerzo que el de asumirnos, afrontarnos, estar-nos?. Yo le dejo estas preguntas a usted. Las respuestas a estas interrogantes son tan
variopintas como privadas, así que haga su tarea. Lo mejor de todo es que quizá me está leyendo
desde su móvil. ¿No es irónico?
Siempre con cariño, Gnosis
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